Friday, September 4, 2009

El novelista español Martín Cid publica un artículo sobre el pintor Romeo Niram en la prestigiosa revista rumana Idei in Dialog




Este mes de Agosto/2009 la prestigiosa revista rumana Idei in Dialog ha publicado un artículo traducido en que mi admirado Martín Cid autor de Ariza, Un Siglo de Cenizas y Eminescu y los Siete Pecados Capitales" habla de la leyenda que encierra la obra del pintor rumano afincado en Madrid, Romeo Niram.



Ya que ha sido publicado en rumano, os dejo aquí el texto original en español: poético, muy poético.
Para Romeo Niram...
Rumanía es un lugar curioso, lleno de leyendas y mitos, con la historia reciente de la diáspora y el fantasma del reencuentro. Me gusta Rumanía por sus palacios de nieve y sus calurosas avenidas, por sus fríos cafés, por su tranquilidad y sus ecos.
Nunca he estado en Rumanía.
Mirando los cuadros de Romeo Niram me veo en la inconformista pregunta: ¿por qué tan famosos motivos? ¿Se trata de historicismo o histrionismo? Los personajes nos son bien conocidos, también sus hazañas más o menos honrosas. La cultura abre sus puertas y a la vez las cierra extrañamente, como si se preguntase por la propia esencia de sus nombres.
Hay una forma prohibida, la eterna búsqueda del nombre de cuatro letras que recibe mil formas distintas de existencia. No podemos llegar a ese ser que llamamos Dios y le renombramos como un nuevo Ehyeh Asher Ehyeh ni tampoco nos atrevemos a divisar el mosaico perfecto y le llamamos Brancusi.
¿Revisionismo? El lienzo nos habla poco a poco a través de pinceladas unas veces suaves y otras rectas, otras curvas y otras fantasmagóricas... Rumanía es un país de fantasmas de los que Romeo Niram parece querer escapar precisamente sometiendo los sueños al emblema certero del recuerdo constante.
Los lienzos de Romeo Niram miran directamente al espectador porque se muestran desnudos y sinceros, porque muestran sus propios fantasmas y ocultan sus más vociferados secretos.
Alguien dijo que el arte era ese fruto de la contradicción que conlleva la belleza construida con sus propias imperfecciones. Así se nos hace bello lo grotesco y mediocre, así se nos aparece Medea mientras envenena a sus hijos y se convierte en la mayor de las heroínas, también en la peor de las madres, también en la más sincera de las mujeres, en la más perfecta de las artes.
Son los hermanos de Romeo los que nos hablan y nos miran directamente sin perder detalle. También ellos han buscado a su madre y le han puesto nombre, también han soñado un día con esa belleza quemada y una aparición ausente que extiende sus brazos y nos llama desde el otro lado.
Los dioses han muerto porque el mundo ha dejado de pensarlos.
Los hijos de los dioses han olvidado sus nombres y descansan ahora convertidos en sal y llantos.
El arte de Niram nos devuelve y nos recuerda que es hora de ir a dormir, pero ya no puedo dormir, ya no puedo soñar, ya no puedo dejar de mirar: hoy soñé de nuevo con mi madre. Desde la habitación me llamaba otra vez, muerta siempre. Se llamaba Rumanía y era una mujer de largos y rubios cabellos cubiertos de recuerdos no siempre sinceros. No fue siempre así mi madre. Una arruga que marca su rostro me llama y me habla de su amargura. Perdió un brazo en otra guerra. Ella ya no quiere hablar de ello, dice que es aún demasiado doloroso, quizá dentro de un par de siglos el recuerdo desaparezca y por fin la deje dormir en paz.
Están las pinceladas recubiertas de otras artes y literatura y música. ¿Quién dijo que el arte era ritmo? Es así como las figuras que adivinamos imperfectas nos muestran sus divinos nombres como bañadas en un mar cabalístico, como en un ejercicio histórico que se pierde. La llamada al historicismo nos hace también olvidar, en esa sutil paradoja que configura el ritmo: esencia de lo imperfecto, fruto prohibido de la música que se adhiere al lienzo de Romeo Niram y que nos recuerda los mil nombres que el propio Dios olvidó.
Desde el otro extremo de la habitación me llama y me recuerda que soy su hijo, que nunca ya más podrá olvidarme y que nunca ya más volverá a dejarme libre. ¿Por qué no puedes olvidarme, madre? Extiende su mano y se retuerce de dolor para volver otra vez a sonreírme sincera y llenar otra vez mis sueños de fantasmas y miedos y genios y rubios cabellos caídos y mil fantasmas y una esperanza.
Finalmente la abrazo.
Finalmente se aleja.
Hoy he visitado Rumanía.

Autor: Martín Cid

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